domingo, 27 de junio de 2010

lunes, 21 de junio de 2010

Si existes di sí


Porque no estás y ni siquiera siento que te has ido.

¿Existes?

Ni te perdí ni te tuve. Ni encerrado, ni vivo, ni sediento, ni a oscuras.

¿Existías acaso?

Creí verte una vez, sólo una. Asfalto y visión fundidos para desaparecer.

Sombría, enojada, triste y pesarosa. Meditando mi enfermedad, mi locura o mi torpeza.

¿Existirás al menos?

Nunca llegué a encontrarte.

Y tú, parece ser, me has descubierto ahora.

jueves, 17 de junio de 2010

Recuerdo



Dos cafés, una Coca-Cola y las dos de la mañana son los causantes de que Margarita haya dejado pasar sus nueve horas de sueño habituales y haya comenzado a pensar en Javier.

Vivía sola, odiaba la comida china y hacía pasteles todos los sábados. Era morena y calzaba más o menos un cuarenta. Margarita salió con un par de hombres de gran altura e ideas poco claras hasta que conoció a Javier.

Javier era carpintero y desprendía un olor amargo a barniz. Medía cinco centímetros menos que Margarita y no sabía planchar. Se cruzó con ella un miércoles después de discutir con su mascota sobre quién vivía más perramente y salir a comprar los fortuna que le consumían poco a poco.



En el estanco vio a Margarita con la coleta de mujer peor hecha que había visto en su vida. Margarita odiaba el tabaco pero fumaba los sábados sin parar porque esperar el “pí pí pí” de la alarma del horno le desquiciaba. Era impaciente, susceptible y a veces gastaba malas pulgas.


Cuando Javier se rió entre dientes del peinado de Margarita, ella consciente de que no era su mejor estilismo y de lo descarado que era aquel señor, se dio la vuelta y le miró con ojos de odio y morro torcido.

- ¿Tienes algún problema? ¿Quieres una foto?
- Si tuviera una foto no podría dejar de mirarla.
- …
- O puede que la enviara a Cuarto Milenio. Su pelo es toda una aparición.


Margarita cogió el paquete de Camel y se marchó mientras gruñía al perro que esperaba fuera de la tienda.

- ¿Y tú que miras, perro feo?

Javier le gritó desde dentro.

- Oiga, ¡este perro va mejor peinado que usted, amargada!

Tres minutos después, caminando a casa, Margarita pensó en lo bueno que estaba aquel maleducado para su edad, porque, seguro seguro, que ya no cumplía los cuarenta. Él decidió que la malas pulgas del estanco tenía unos ojos increíblemente expresivos y que era una pirada.

El miércoles siguiente, en un intento de encontrarse fortuitamente, se vieron en el mismo lugar. Esta vez ella se había alisado el cabello y mostraba sus piernas al mundo. Él fingía hablar por teléfono y disimulaba sus miradas.

- Sí, sí….comprendo. Ya, Ya…

Margarita le quitó el móvil de la oreja y se fotografió con una gran sonrisa.

- Toma, ahora me mandas donde quieras.
- ¿Qué tal a pedir perdón a Lucas?
- ¿Lucas? ¿Te llamas como el novio de la Nancy?
- No, Lucas es mi perro. Sí, el perro feo del otro día... Merece una disculpa o un café.
- Un perro tan feo no debería tomar café.
- …
- No te lo tomes a mal pero es que el rollo de ligar con los perros está muy manido.
- Entiendo, ¿le apetece un café?

Conversaron hasta la hora de comer. Intercambiaron teléfonos, flirteos e historias pasadas.

Al pasar por el estanco Margarita siempre piensa en él.
A las dos de la mañana, hoy jueves, está fumando un cigarillo.